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insectos e iluminación artificial

¿Cómo nos afecta que la iluminación artificial inadecuada pueda irrumpir gravemente en la alimentación, reproducción y comunicación de estos animales?

La iluminación artificial y su impacto en otras formas de vida

La iluminación artificial en es un elemento necesario para cualquier tipo de actividad humana y es poco probable que podamos prescindir de ella en su totalidad; sin embargo, su uso excesivo o inapropiado ha llevado a quebrantar un ciclo natural que existe desde hace millones de años y que, según diversos estudios, nos está acercando a una futura extinción.

Más allá de lo dramático que pudiese sonar o de discutir quiénes merecen más los espacios, el problema atañe directamente al ser humano, ya que es un miembro más (y no cabeza) de este ciclo simbiótico con la naturaleza, donde cada participante tiene una función que brinda equilibrio y preservación a las otras especies. Es por eso que en esta ocasión hablaremos de cómo una iluminación poco consciente afecta negativamente a los elementos más pequeños y casi siempre considerados menos agraciados del ecosistema.

En principio, hay que tener en cuenta que aproximadamente la mitad de los millones de especies de insectos en el mundo poseen una vida nocturna, lo que significa que la luz artificial tiene un impacto directo en los ciclos de estos animales. Las polillas, por ejemplo, se alimentan menos si hay más luz de noche, además las hembras producen menos feromonas lo que reduce sus posibilidades de reproducción. En otros casos, algunos tipos de gusanos luminiscentes luchan con cualquier luz que compita con la suya, lo que los debilita y mata.

Igualmente, el exceso de luz hace que sea difícil para las luciérnagas encontrar pareja, pues dependen de señales bioluminiscentes. Otros insectos usan luz polarizada para encontrar cuerpos de agua donde se reproduzcan y los reflejos de algunas luminarias de exterior confunden su sentido de dirección. Este es el caso de las efímeras, que solo viven y se reproducen durante un día, pues confunden la luz que rebota en el asfalto y ponen sus huevos en el suelo, en lugar de un lago o arroyo.

Otro escenario clásico es cuando los insectos se sienten atraídos por los faros o iluminación artificial de los automóviles. Un estudio muestra que en Alemania más de 100 mil millones mueren en la carretera cada verano. Luego están las polillas y otros insectos voladores atraídos por las luces exteriores, de los que se estima que alrededor de un tercio de los que se arremolinan en éstas, mueren por la mañana devorados por depredadores o simplemente por agotamiento.

En el caso de las arañas (que no son insectos pues pertenecen a la familia de los arácnidos) también han experimentado una disminución global durante las últimas décadas debido a que se ven alterados sus rutinas de cacería nocturna.

Más allá de estos daños y a la consecuente disminución masiva de insectos, el problema de la contaminación lumínica (también conocida como ALAN), entra en un contexto más grave denominado por diversos científicos como un Armagedón ecológico, donde también se encuentran involucrados problemas como el uso de pesticidas, el cambio climático o la fragmentación de su hábitat.

Las fuentes locales de iluminación artificial como el resplandor del cielo pueden afectar su fisiología, comportamiento y funcionalidad. Insectos fototácticos (que responden a la luz), incluidas los macrolepidópteras (un ejemplo son las enormes polillas conocidas como «ratones viejos») y los escarabajos, exhiben una «atracción fatal» hacia la iluminación artificial, mientras que los insectos negativamente fototácticos como diversas especies de grillos buscan evitarla sin mucho éxito.

Anteriormente mencionado, especies como las efímeras y otros insectos acuáticos también se ven afectados durante el depósito de sus huevos, pues la luz polarizada confunde algunos pavimentos con las superficies acuáticas.

A corto plazo se pueden ver alterados los patrones circadianos de actividad y reposo, lo que hace que los polinizadores diurnos y los insectívoros prolonguen su envejecimiento hasta la noche, mientras que los insectos completamente nocturnos retrasan su aparición. A largo plazo se ha demostrado que estas perturbaciones repetidas alteran el desarrollo y la fenología (relación del ambiente con procesos biológicos) de los grillos y pulgones. Todos estos desajustes resultantes entre plantas, depredadores y presas tendrán efectos en cascada sobre el éxito de la polinización, las interacciones hospedero-parásito y eventualmente redes alimenticias enteras.

Dejar de lado el pensamiento antropocéntrico no es tarea fácil. El miedo, desagrado a los insectos o su consideración como plaga son factores que entorpecen la visión hacia ellos, o más bien la relación simbiótica. De tal manera, si lo vemos con un filtro de supervivencia entre especies podemos reflexionar lo que menciona el doctor Brett Seymoure en el mismo estudio:

«La mayoría de nuestros cultivos, y de aquellos que alimentan a los animales que comemos, necesitan ser polinizados, y en gran medida esos polinizadores son insectos […] Así que, a medida que los insectos continúan disminuyendo, esto debería ser una gran señal de alerta. Como sociedad de más de 7 mil millones de personas, tenemos problemas con nuestro suministro de alimentos».

Como especie «racional», los humanos tienen la capacidad de adaptación muy desarrollada, esto debería permitirnos un momento de reflexión sobre aquellas criaturas que no la poseen al mismo nivel  (y de las que a largo plazo depende nuestra propia existencia). En efecto, no apagaremos las luces de la ciudad en beneficio de una polilla o de un escarabajo, pero podemos hacer adecuaciones que les permitan realizar sus ciclos vitales así recuperar un poco el equilibrio que se mantuvo por milenios.

Es urgente detener la disminución de insectos, no solo polinizan cultivos e innumerables plantas silvestres, también son la base de muchas cadenas alimentarias. Sin los insectos cesarían muchas formas de agricultura y colapsarían ecosistemas enteros. Nuevamente en palabras del doctor Seymoure a la revista ambiental Earther:

«Si perdemos a los insectos, tú también te vas. Se acabó.»

Para abordar este problema, aquí hay cuatro recomendaciones del doctor Brett Seymoure:

  1. Apagar las luces que no sean necesarias

La contaminación lumínica es relativamente fácil de resolver, ya que una vez apagada la luz, desaparece. No tienes que ir a limpiar la luz como lo haces con la mayoría de los contaminantes. Obviamente, no vamos a apagar todas las luces por la noche, sin embargo, podemos y debemos tener mejores prácticas de iluminación.

Cuatro características de la luz eléctrica son las más importantes para los insectos: intensidad, composición espectral, polarización y parpadeo. Dependiendo de la especie de insecto, su sexo, su comportamiento y el momento de su actividad, las cuatro características pueden ser importantes.

  • Hacer que las luces se activen por movimiento

Esto se relaciona con la primera recomendación, si una luz solo es necesaria en ocasiones, entonces coloque un sensor en lugar de mantenerla encendida.

  • Colocar un difuminador para cubrir la fuente de luz y dirigirla donde se necesite.

Un contribuyente a la atracción de la luz para la mayoría de los animales es ver la bombilla real, ya que podría confundirse con la luna o el sol.

  • Usar diferentes colores

La regla general es que la luz azul y blanca son las más atractivas para los insectos. Sin embargo, hay cientos de especies que se sienten atraídas por los amarillos, naranjas y rojos. En este momento, sugiero que las personas se queden con luces ámbar cerca de sus casas, ya que sabemos que las luces azules pueden tener mayores consecuencias para la salud de los seres humanos y los ecosistemas.

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FUENTE: ILUMINET

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